Por: Dra. Jenny Martínez
Como médico especialista en Medicina Interna y dedicada a la atención del adulto mayor, debo reconocer que llegar a esa edad indefinida, mal llamada “ancianidad”, actualmente renombrada “Adulto Mayor” o “Juventud Prolongada”, constituye un periodo de cambios tanto en lo físico como en lo espiritual.
Cuando se envejece en pareja, los cambios se van tolerando en pareja, se sobrellevan, se soportan, se ríen en complicidad de lo que antes hacían y ahora no.
Pero cuando se está solo o sola porque la pareja se adelantó o porque simplemente no hubo la experiencia de pareja es cuando comienza el drama. ¿Qué hacemos con la abuela o el abuelo? ¿Cómo sobreviven?
En una sociedad que quiere vivir con rapidez, cuando ya ellos desean llevar las cosas con más lentitud, sopesando cada experiencia vivida, disfrutando a esos nietos que son una réplica de los hijos a quienes no atendieron con suficiente tiempo pues había que trabajar, cada quien a lo suyo.
Entonces: ¿dónde ubicamos a los abuelos? Es un dilema.
¿Se quedan en su casa? (si la tienen) o ¿Decidimos llevarlos a nuestra casa para que estén bajo nuestra supervisión y cuidado? Estas interrogantes nos hacen reflexionar y meditar sobre cuál será la decisión correcta.
Pero ¿Consultamos con ellos las ventajas de estar en familia o no? Lamentablemente no.
Las decisiones se toman por practicidad o por no dejarlos morir de mengua o para que no digan que no los atendimos. Sea cual sea la forma como se toma la decisión, finalmente están en nuestra casa.
Mi experiencia
Ya en este punto, me permito compartir mi experiencia en convivencia con una señora de la tercera edad. Esa señora fue mi suegra, fue abuela tardíamente a los 78 años de mis hijos que son unos morochos.
En ese momento, ya ella creía que no los conocería y por increíble que parezca comenzó una historia de amor entre ella y mis hijos que le dio entusiasmo por la vida, verles crecer, convertir su cuarto en un enclave de complicidad con los nietos.
Yo, muy ocupada con mis pacientes, no noté cómo se iba desarrollando esta relación tan particular, lo supe hoy que mis hijos ya adultos comentan con picardía las tremenduras con la “nona”.
Para ellos no existía limitante para conversar, divertirse con ella, gozar de sus cuentos e historias, así como la preocupación por velar para que no se cayera cuando esto ocurrió por primera vez.
Empecé a darme cuenta que estaban pendientes de sus cambios, los cuales fueron haciéndose cada vez más notorios… conforme ellos se avivaban en la vida, ella se apagaba para el mundo.
El resultado
La sensibilidad de la que hoy gozan mis hijos la fomentaron en ese cuidado y amor a la “nona”. Aceptaron con madurez que la casa debía cambiar para que la “nona” no se cayera, que era preferible comer carne molida o pollito guisado para que la “nona” pudiese comer con facilidad.
Llevar el vaso donde depositaba sus prótesis, lejos de ser motivo de burla, era motivo de compasión. Revisar el álbum familiar donde una “nona” lucía joven y guapa con un niño cargado era motivo de asombro mayúsculo, entender que cada mayor tiene un pasado más joven.
Y en lo personal comprendí temprana y afortunadamente que mi suegra tenía un papel fundamental en la dinámica de mi casa.
Ella era mi cámara indiscreta cuando yo estaba en el trabajo, todo lo captaba y me informaba. En ocasiones exageraba pero nunca le quité su autoridad, esa era una condición que se la ganó a pulso con las mujeres que llegaban a casa a trabajar.
Además, fue mi compañera en la soledad que me tocó vivir luego que enviudé (de su único hijo).
Así recordé y entendí la historia bíblica de Rut y Noemí su suegra, les invito a que la lean y entenderán.
Acompañamos a mi suegra hasta sus 90 años, estuve en sus últimos momentos y la lloré porque perdí a mi amiga, a mi aliada con mis hijos.
No dudes
Los abuelos o abuelas no son personas de desecho, son seres humanos con una riqueza interior, con una experiencia que quieren entregar a la próxima generación y de gratis, son seres humanos que a pesar de sus limitaciones siempre están dispuestos a ser útiles y dar sus manos para la construcción de la familia.
Los adultos mayores son maestros puestos en nuestro camino para ayudarnos a mejorar como personas e influir en las futuras generaciones.
Y si el abuelo sufre de esas enfermedades incapacitantes o peor aún, van desarrollando demencia senil, ahí es cuando nosotros debemos recordar que una vez fuimos frágiles, necesitábamos que nos alimentaran, que nos vistieran, que nos bañaran y además entender con nuestro llanto todas nuestras necesidades. Y eso fue día tras día hasta que logramos movernos con independencia.
Entonces ¿por qué dudamos al darles nuestra mayor atención y cuidado? Eso debe salirnos del corazón, sin egoísmo, con todo el amor del mundo volcarnos y entregarnos a servir, devolver con cariño ese amor que nos fue dado en nuestros inicios y sin vacilación.